jueves, 16 de agosto de 2012

¿Por qué Dios creó La Internet?


Seamos honestos. Internet es demasiado mágica para ser real. Después de los solos de Gilmour, es la experiencia más cercana a algo superior que un humano puede experimentar. Está en todas partes pero no la podemos tocar. Tiene todo el conocimiento posible, desde el racionalismo europeo hasta el esoterismo de oriente. No discrimina: todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades en Internet. Por lo tanto, como mi mente no logra comprender cómo funcionan las computadoras y el almacenamiento de datos en un disco rígido, y no me gusta admitir mi ignorancia porque soy humano, argentino y economista, voy a hacerme el boludo y voy a creer en una entidad superior que explique lo que no conozco por idiotez o pereza. Dicho esto, paso al artículo en sí.

Internet pone a nuestro alcance dos cosas básicas: 1) todo el conocimiento de la humanidad; 2) todo el porno de la humanidad. Generalmente se escuchan voces que dicen que esta segunda característica opaca a la primera, que si solo se usara para aprender, sería una herramienta excelente. Sin embargo, estas personas no están percibiendo algo fundamental, como es el nexo entre estas dos cuestiones. Analicémoslo en mayor profundidad.
Para empezar, tenemos que comprender cómo funciona la vida después de la muerte. Uno llega al cielo (vamos a suponer que nunca vio porno y va efectivamente al cielo) y empieza a hablar con gente de todas las épocas. Para sentirse superior, uno se va a hablar con un fenicio que con suerte pudo haber llegado a suponer que la tierra es redonda, y le dice “che, ¿vos sabías que la tierra es redonda?”. El fenicio nos mira con cara de “pobre tipo, no se dio cuenta que estoy acá hace 2400 años y que en todo ese tiempo me leí todo lo que se haya escrito”. El fenicio le explica esto al taxista porteño peronista e hincha de boca, y le comienza a dar algunas lecciones. Primero le explica por qué el Boca de Bianchi jugaba feo y no es digno de ser llamado “un gran equipo”. Esto le lleva unos 5 años. Después le explica por qué Perón condenó a su país al subdesarrollo. Esto le lleva unos 25 años. Sigue la conversación y por ahí el fenicio desliza que un día mientras estaba vivo se le apareció Dios y le dio una clase maestra de cómo era el tema de las mareas y los vientos según la estación.
Nuestro taxista se queda atónito:
-        ¿Cómo? ¿A vos se te apareció Dios en persona?
-        Sí – responde el fenicio. Estuvimos hablando 3 horitas. Un tipo piola, con los pies sobre la tierra. Yo pensé que iba a ser un poco pedante, viste por esto de que puede embarazar minas sin tocarlas y generar desastres naturales. Pero no.
El taxista, indignado, como todo taxista, se dirige a la oficina de Dios y se encuentra con una multitud iracunda que pide la cabeza del creador. Empieza a hablar con la gente y se entera que todos están ahí por lo mismo: Dios nunca se les apareció en vida para iluminarlos.
Quizás cueste entenderlo, pero por más de que sea Dios, su capacidad de atención tiene un límite. Y aquí se hace necesario adentrarse en las profundidades de la historia de la demografía mundial. Es que a medida que la población fue creciendo, se redujo la cantidad de tiempo que podía pasar con cada humano. Seguro, al principio podía pasarse todo el día con Adán y Eva y castigarlos si incumplían alguna regla. Hoy día, esto es muy distinto, y no nos puede vigilar las 24 hs del día. Es por eso que cada vez se cometen más calamidades. No tiene que ver con la alienación del estado capitalista. ¡No! Todo se explica por la falta de atención que Él (Dios, no Néstor) pone en nosotros.
Los problemas empezaron con la revolución industrial. El aumento de productividad permitió que la población comiera mejor y sufriera menos privaciones. Cierto, se perdió la tranquilidad de la vida pastoral; cierto, aumentó la desigualdad y el coeficiente de Gini, pero al mismo tiempo aumentó el nivel de vida del promedio de la población de la mano de la baja de los precios de los alimentos y de muchos productos industriales como la ropa, que permitieron que la gente se reprodujera más rápido. La química y los avances de la medicina terminaron de cagarla. La gente empezó a vivir más.
Dios es Dios, pero cuando la demanda explota, es difícil encontrar nuevas formas de lidiar con ella. El caos apareció por todos lados. El stress del pobre tipo se fue a las nubes. Se empezó a empastillar con alcohol, empezó a dormir mal, se volcó a la noche y las mujeres y finalmente al consumo de gomitas mentoladas (¡aléjense de las gomitas mentoladas si no quieren que los fulmine con un rayo!). Entonces tuvo la brillante idea de que una guerra podía solucionar todo. En realidad fueron varias: Guerras del opio, Guerra franco-prusiana, rebelión Boxer, guerra de los Boer. Pero nada era suficiente para contener el aumento de la población. Se redobló la apuesta: Primera Guerra Mundial. Tampoco fue suficiente: Segunda Guerra Mundial, genocidio, bombas atómicas. Tampoco alcanzó. Dios no tenía en cuenta que los avances científicos que se producían en cada guerra se volcaban luego a la vida civil, convirtiéndose el conflicto bélico en un boomerang.
Entonces dijo basta. Hacía falta otra solución. Era imposible luchar contra el aumento de la población. Por eso se cambió la óptica. Hacía falta algo que le permitiera tener algún tipo de contacto con todos los seres humanos durante la vida de estos, de forma tal de reducir los reclamos post-muerte. ¿Pero cómo lograrlo? Correcto. ¡La Internet! Curiosamente el desarrollo de esta maravilla comienza con el final de la Segunda Guerra. ¿Casualidad? ¡Por favor! Uso Wikipedia pero todavía puedo pensar por mi mismo.
Pero Internet no solo permite que cualquier persona acceda a toda la sabiduría del creador. También reduce la tasa de natalidad, al paliar, al menos momentáneamente, las necesidades sexuales de millones de hombres que antes se veían forzados a recurrir a la violación de alguna mujer a tal fin, dejándola embarazada.
Por lo tanto, ahí lo tienen. El porno y el conocimiento científico que Internet nos brinda son dos caras de la misma moneda: la imposibilidad de Dios para lidiar con el aumento de la población.

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