Seamos honestos.
Internet es demasiado mágica para ser real. Después de los solos de Gilmour, es
la experiencia más cercana a algo superior que un humano puede experimentar.
Está en todas partes pero no la podemos tocar. Tiene todo el conocimiento
posible, desde el racionalismo europeo hasta el esoterismo de oriente. No
discrimina: todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades en Internet.
Por lo tanto, como mi mente no logra comprender cómo funcionan las computadoras
y el almacenamiento de datos en un disco rígido, y no me gusta admitir mi
ignorancia porque soy humano, argentino y economista, voy a hacerme el boludo y
voy a creer en una entidad superior que explique lo que no conozco por idiotez
o pereza. Dicho esto, paso al
artículo en sí.
Internet pone a nuestro alcance dos cosas básicas: 1) todo el
conocimiento de la humanidad; 2) todo el porno de la humanidad. Generalmente se
escuchan voces que dicen que esta segunda característica opaca a la primera,
que si solo se usara para aprender, sería una herramienta excelente. Sin
embargo, estas personas no están percibiendo algo fundamental, como es el nexo
entre estas dos cuestiones. Analicémoslo en mayor profundidad.
Para empezar,
tenemos que comprender cómo funciona la vida después de la muerte. Uno llega al
cielo (vamos a suponer que nunca vio porno y va efectivamente al cielo) y
empieza a hablar con gente de todas las épocas. Para sentirse superior, uno se
va a hablar con un fenicio que con suerte pudo haber llegado a suponer que la
tierra es redonda, y le dice “che, ¿vos sabías que la tierra es redonda?”. El
fenicio nos mira con cara de “pobre tipo, no se dio cuenta que estoy acá hace
2400 años y que en todo ese tiempo me leí todo lo que se haya escrito”. El
fenicio le explica esto al taxista porteño peronista e hincha de boca, y le
comienza a dar algunas lecciones. Primero le explica por qué el Boca de Bianchi
jugaba feo y no es digno de ser llamado “un gran equipo”. Esto le lleva unos 5
años. Después le explica por qué Perón condenó a su país al subdesarrollo. Esto
le lleva unos 25 años. Sigue la conversación y por ahí el fenicio desliza que
un día mientras estaba vivo se le apareció Dios y le dio una clase maestra de
cómo era el tema de las mareas y los vientos según la estación.
Nuestro taxista se
queda atónito:
-
¿Cómo? ¿A vos se te apareció Dios
en persona?
-
Sí – responde el fenicio.
Estuvimos hablando 3 horitas. Un tipo piola, con los pies sobre la tierra. Yo
pensé que iba a ser un poco pedante, viste por esto de que puede embarazar
minas sin tocarlas y generar desastres naturales. Pero no.
El taxista,
indignado, como todo taxista, se dirige a la oficina de Dios y se encuentra con
una multitud iracunda que pide la cabeza del creador. Empieza a hablar con la
gente y se entera que todos están ahí por lo mismo: Dios nunca se les apareció
en vida para iluminarlos.
Quizás cueste
entenderlo, pero por más de que sea Dios, su capacidad de atención tiene un
límite. Y aquí se hace necesario adentrarse en las profundidades de la historia
de la demografía mundial. Es que a medida que la población fue creciendo, se
redujo la cantidad de tiempo que podía pasar con cada humano. Seguro, al
principio podía pasarse todo el día con Adán y Eva y castigarlos si incumplían
alguna regla. Hoy día, esto es muy distinto, y no nos puede vigilar las 24 hs
del día. Es por eso que cada vez se cometen más calamidades. No tiene que ver
con la alienación del estado capitalista. ¡No! Todo se explica por la falta de
atención que Él (Dios, no Néstor) pone en nosotros.
Los problemas
empezaron con la revolución industrial. El aumento de productividad permitió
que la población comiera mejor y sufriera menos privaciones. Cierto, se perdió
la tranquilidad de la vida pastoral; cierto, aumentó la desigualdad y el
coeficiente de Gini, pero al mismo tiempo aumentó el nivel de vida del promedio
de la población de la mano de la baja de los precios de los alimentos y de
muchos productos industriales como la ropa, que permitieron que la gente se
reprodujera más rápido. La química y los avances de la medicina terminaron de
cagarla. La gente empezó a vivir más.
Dios es Dios, pero
cuando la demanda explota, es difícil encontrar nuevas formas de lidiar con
ella. El caos apareció por todos lados. El stress del pobre tipo se fue a las
nubes. Se empezó a empastillar con alcohol, empezó a dormir mal, se volcó a la
noche y las mujeres y finalmente al consumo de gomitas mentoladas (¡aléjense de
las gomitas mentoladas si no quieren que los fulmine con un rayo!). Entonces
tuvo la brillante idea de que una guerra podía solucionar todo. En realidad
fueron varias: Guerras del opio, Guerra franco-prusiana, rebelión Boxer, guerra
de los Boer. Pero nada era suficiente para contener el aumento de la población.
Se redobló la apuesta: Primera Guerra Mundial. Tampoco fue suficiente: Segunda
Guerra Mundial, genocidio, bombas atómicas. Tampoco alcanzó. Dios no tenía en
cuenta que los avances científicos que se producían en cada guerra se volcaban luego
a la vida civil, convirtiéndose el conflicto bélico en un boomerang.
Entonces dijo
basta. Hacía falta otra solución. Era imposible luchar contra el aumento de la
población. Por eso se cambió la óptica. Hacía falta algo que le permitiera
tener algún tipo de contacto con todos los seres humanos durante la vida de
estos, de forma tal de reducir los reclamos post-muerte. ¿Pero cómo lograrlo?
Correcto. ¡La Internet! Curiosamente el desarrollo de esta maravilla comienza
con el final de la Segunda Guerra. ¿Casualidad? ¡Por favor! Uso Wikipedia pero
todavía puedo pensar por mi mismo.
Pero Internet no
solo permite que cualquier persona acceda a toda la sabiduría del creador.
También reduce la tasa de natalidad, al paliar, al menos momentáneamente, las
necesidades sexuales de millones de hombres que antes se veían forzados a recurrir
a la violación de alguna mujer a tal fin, dejándola embarazada.
Por lo tanto, ahí
lo tienen. El porno y el conocimiento científico que Internet nos brinda son
dos caras de la misma moneda: la imposibilidad de Dios para lidiar con el
aumento de la población.
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